| LA ESCUELA (I) por Sonia Rodríguez Pastor y Felicitas Pastor Romero
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escolar
Hace unos cuantos años, en Alcozar había una sola escuela. Ésta se encontraba situada en la Casa de Villa. Había dos salas, una que la llamaban la escuela de las chicas y la otra, la escuela de los chicos. Esto era porque en una se encontraban todas las chicas y en la otra los chicos, ya que estudiaban separados. A las chicas las enseñaba una maestra y a los chicos, un maestro. Al sólo haber dos salas, esto quería decir que en el mismo aula iban todos los chicos del pueblo juntos , o sea, de todas las edades mezclados. A la escuela se entraba con seis años y se salía con catorce. Lo curioso es que no se hacía como se hace ahora, que los niños y niñas entran al empezar un curso y salen al terminar otro, sino que, entraban justamente cuando cumplían los seis años aunque fueran en mitad de curso, y se salían al cumplir los catorce. Para estudiar sólo utilizaban un libro que se llamaba "la enciclopedia", aunque en Alcozar siempre se dijo "la encicopledia", por ese fenómeno lingüístico denominado metátesis tan frecuente en el hablar de este pueblo. De ésta había un libro de primer grado y otro de segundo, también había uno de tercer grado, aunque eran pocos los que conseguían alcanzar este nivel. En estos libros se encontraban todos los temas que se tenían que aprender. Había de religión, historia sagrada, lengua española, aritmética, geometría, geografía, historia de España y ciencias de la naturaleza. En la última parte del libro había dos temas. Uno era la formación político-social, ésta sólo la estudiaban los chicos.
Mi costurero, un clásico de tiempos pasados
El otro tema era la formación familiar-social, que sólo la estudiaban las chicas. No solamente existían estas diferencias para el estudio entre chicos y chicas; ya que a las chicas las enseñaban todas las tardes a coser y a bordar. Pero esto sólo era enseñado a las mayores, y mientras tanto las pequeñas cantaban las tablas de multiplicar. La chica mayor que no podía llevar labor a la escuela porque ni su familia, ni las vecinas disponían de tela en aquel momento, tenía como ocupación por las tardes leer en voz alta. Antes de empezar a estudiar con "la encicopledia", les enseñaban a leer con unas cartillas[1]. Durante los primeros años se escribía en cuadernos de dos rayas, y los palotes que hacían los niños se denominaban "borrondangos". Mientras aprendían a leer y escribir utilizaban una pizarra y un pizarrín cada uno. La pizarra típica era una plancha rectangular de roca bordeada por unos listones de madera. En algunos casos unos de los listones tenía un orificio al que se ataba un hilo de bramante para sujetar el pizarrín, que también era de roca, y un trapo para borrar. Y que chirriaba a veces "dando dentera" a los compañeros. Como estas pizarras se rompían con mucha facilidad, posteriormente se sustituyó la pizarra por hojalata y el pizarrín de roca por los que se llamaban pizarrines de manteca. Después utilizaban el lápiz y de más mayores la pluma y el tintero con la tinta. Ni que decir tiene que las plumas no eran estilográficas, sino que se trataba de un mango de madera al que se adosaba una plumilla —plumín se llamaba en Alcozar— que se introducía en el tintero que había en la parte posterior de cada pupitre. Como estos tinteros no tenían tapa de vez en cuando se metía una mosca lo que ocasionaba que al sacarla enganchada en la pluma cayera sobre la escritura produciendo un borrón ("un chino") de mayor o menor dimensión según fuera el insecto. Durante el invierno aquellos escolares que llegaban antes de que estuviera abierta la escuela permanecían en "El Fuerte del Prudencio". Como hacía tanto frío —con frecuencia las grandes nevadas obligaban a los padres o hermanos mayores a portar sobre sus espaldas a los más pequeños— e intentando entrar en calor se jugaba a las cuatro esquinas, al chamosquero y al esconde-costas. Consistía éste último entretenimiento en darse golpes en la espalda unos a otros tan pronto se separaba esta de la pared, es decir, que había que procurar dar el palmetazo y adosar inmediatamente de nuevo la espalda a la pared para no recibir uno al mismo tiempo. A media mañana se hacía el recreo. Si el tiempo lo permitía se salía a la plaza y se jugaba durante media hora a cualquiera de los juegos típicos de la aldea: coto, tabas, bote-volero, "escondelerite", ruleta, a catolines, etc... Durante el invierno se permanecía en la escuela (entrada, granero o en los soportales). Era la hora del recreo también la que se aprovechaba para el reparto de la leche. La leche en polvo, donación del gobierno Argentino a través de Eva Perón constituyó un complemento de la escasa dieta alimenticia de la época de posguerra. La leche en polvo la distribuía el gobierno Español a todas las escuelas nacionales envasada en grandes bidones de cartón. Se establecía un turno o adra para preparar dicha leche. Cada día debía encargarse la madre de un escolar de elaborar esta especie de desayuno. Debía desleír la leche en polvo con un poco de agua con el fin de que no se hiciesen grumos; añadir más agua y ponerla a hervir en una caldereta de cinc y removerlo constantemente para que no se pegase y, por último batirlo durante un buen rato para que saliera espuma (nata). Si no se batía suficientemente la mujer que había preparado aquel día la leche recibía toda serie de protestas por parte de los escolares que se colocaban en fila y alargaban el vaso o el tanque[2] que había llevado de casa a veces con azúcar y en caso de algún privilegiado con Cola-Cao repitiendo incesantemente: "A mí con espuma, a mí con espuma". La leche se preparaba en el denominado cocedero, que era un antiguo horno de poya de propiedad comunal, donde elaboraron el pan con anterioridad aquellas amas de casa que ni lo adquirían en las panaderías, si contaban con horno en su propio hogar. Durante algunos años los escolares recibieron también un trozo de queso de bola que llevaban a casa para la merienda. Los jueves por la tarde eran festivos, pero en primavera se hacía alguna actividad extraescolar: ir al monte, ir a recoger diversas hojas de árboles, regar los pinos, etc... Se salía de la escuela chicos y chicas juntos acompañados de los dos maestros y, se el tiempo lo permitía se hacían pequeñas excursiones. Durante el mes de mayo se levantaba un pequeño altar en la escuela. Se llamaba también el mes de María y al comenzar y acabar las clases se cantaba a la virgen. Se recogían flores por el campo y se ponían —a falta de floreros— en los tarros vacíos de la leche condensada para adornar el mencionado altar y se decían poesías. Durante el invierno y como las nieves y heladas eran constantes se había de encender una estufa. Esta estufa alimentada con leña (tarugos) debía prepararla una chica de las más mayores y otra de las pequeñas (?) antes de comenzar las clases para lo que llegaban con cierta antelación. Se encendían unas cuantas astillas a las que se había colocado un papel debajo; esta operación debía hacerse con el tiro de la estufa abierto o sino salía mucho humo. Cuando las astillas ardían bien se procedía a echar los tarugos. Si no se había hecho esta labor debidamente podían ocurrir dos cosas: que se apagase la estufa a media mañana, o que saliera tanta "zorrera" (humareda) que hubiera que abandonar la escuela durante un buen rato.
pupitres de la escuela (mesas) conservados en la biblioteca de la Asociación Alcozar
Para hacer las necesidades fisiológicas los escolares se dirigían al maestro o maestra con la siguiente frase: "Don Antonio/Doña Antonia, ¿puedo ir a hacer aguas?". Generalmente este permiso era concedido pero cuando el alumno abusaba de estas solicitudes, le podía ser denegado, por lo que no faltó quien se meó pata abajo. Para estas necesidades no se disponía de water, sino de una especie de cobertizo que recibía el nombre de cagadero. Cuando dos niñas orinaban a un mismo tiempo y el reguero que formaban sus orinas se juntaba se decía que se habían convertido en primas desde ese momento. Los castigos fueron muchos y diversos. Se castigaba la poca dedicación al estudio, la falta de atención a las explicaciones de los maestros, el mal comportamiento —que a veces consistía únicamente en decir dos frases seguidas— la falta de asistencia a la doctrina o al rosario, los posibles "novillos" del día anterior e incluso la falta de capacidad intelectual. Los métodos didácticos en aquellos tiempos tenían por único lema: la letra con sangre entra. Para infringir estos castigos se hacía uso desde la bofetada, el coscorrón o golpes con una regla en la yema de los dedos, o con una vara de fresno donde cayera. También estaba muy extendido el poner de cara a la pared, o de rodillas, con los brazos en cruz y algún que otro libro en las manos, y, como castigo máximo, el quedarse sin comer. [1] Había cartillas de diferentes grados de sabiduría, dependiendo de los conocimientos que se había adquirido. [2] Vasija pequeña, cilíndrica y con un asa. Era una especie de taza alta que se usaba para beber.
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