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SAN JUAN (I)

por Dorita del Castillo Sanz (2001)

 

 

haciendo el chocolate (1995)

 

El día de San Juan es el 24 de junio, pero comienza la fiesta la noche del 23 y, como por esas fechas ya hace calor y la temperatura nocturna es muy agradable, resulta apetecible pasar toda la noche en el campo y ver amanecer.

En Alcozar algunos domingos se tomaba chocolate porque los mozos lo pagaban y las chicas lo hacían, pero la verdadera chocolatada, la que esperaba todo el mundo con ansiedad durante el año, era la de la noche de San Juan, porque esa noche todo adquiría un tinte mágico, hasta una simple taza de chocolate caliente tomada ante una hoguera. Y ese ambiente fantástico invitaba al hechizo y al enamoramiento.

La tarde del día 23 se reunían las mozas y las chicas por cuadrillas y decidían lo que se había de comprar, cuánto dinero tenía que aportar cada una para cubrir los gastos de esa compra y dónde se iba a hacer el chocolate ese año. Cada cuadrilla elegía un sitio diferente (La Tejera, La Piejosa, etc.) teniendo prioridad en la elección los grupos de mayor edad y procurando siempre que hubiera un manantial cercano para coger el agua necesaria y no tener que acarrearla desde lejos. A continuación se recogía el dinero y se iba a comprar el chocolate, los bizcochos y el moscatel a casa de “El Aceitero” o de “El Tio Miguel”, que eran las dos únicas tiendas de ultramarinos que había en el pueblo: la una en el barrio de arriba y la otra en el barrio de abajo. Las cuadrillas de las más mayores podían comprar también alguna botella de anís a granel.

Se empezaba a “ir al chocolate” a los ocho o nueve años, aunque no a todas las niñas se lo permitían sus padres. Las niñas que iban por primera vez se sentían mayores y como si fueran reinas, y pasaban toda la semana anterior comentando entre ellas a quiénes dejarían ir sus padres y quiénes tendrían que quedarse en casa sin poder disfrutar de esta popular fiesta. A veces, aunque no era frecuente, alguna niña tenía que renunciar a “ir al chocolate” porque su madre no le daba el dinero (unas pocas pesetas) para pagar su parte, y no había posible consuelo para esa pobre chica que quedaba excluida de la magia de la noche de San Juan.

Llegada la noche, mozas y chicas se acostaban en su casa o en la de alguna amiga y esperaban con ansiedad el momento en el que pasaban los mozos y los chicos poniendo enramadas en ventanas y balcones.

Los mozos y chicos, también en cuadrillas, iban a primera hora de la noche a cortar ramas de chopo o de olmo para poner las enramadas. Generalmente cada cuadrilla ponía enramada a las mozas o chicas de su misma edad. Los novios aprovechaban la ocasión para lucirse y poner algunos adornos en las enramadas de sus novias, por ejemplo, flores, guindas o galletas. También ponían enramadas a la Virgen a ambos lados de la puerta de la iglesia.

 

poniendo enramadas (2005)

 

No faltó algún año en el que los chicos hicieron la gamberrada de comerse las guindas o las galletas que había puesto algún novio en el balcón de su amada y luego se vieron acosados hasta que recibieron una buena paliza al ser descubiertos.

Cuando alguna moza o chica era demasiado antipática, los chicos aprovechaban la ocasión para hacérselo saber colocando en su ventana o balcón un cardo tobazo en vez de una rama de chopo.

Cuando las chicas salían de casa para reunirse e ir a hacer el chocolate, lo primero que hacían era mirar su balcón o ventana para ver el tamaño de su enramada, pues los chicos ponían las más grandes a aquellas que les resultaban más simpáticas o mejores partidos.

A veces, cuando una moza era muy popular, hasta se encontraba con dos o tres enramadas, aunque, si ya estaba comprometida, no faltaba después la bronca del novio tanto con ella como con los otros mozos que habían osado poner enramada a su novia.

Acabado el trabajo de poner las enramadas, los mozos o chicos se reunían con las chicas de su cuadrilla para ayudar a llevar las gavillas de leña, el perol de agua y las demás cosas hasta donde se pensara hacer el chocolate. A continuación se repartía la faena: había que partir las tabletas de chocolate a la taza con cuchillos o navajas para que se deshicieran lo antes posible y no formaran grumos; se tenía que atender el fuego para que la llama no estuviera ni tan alta que impidiera dar vueltas al chocolate dentro del perol, ni tan baja que éste no hirviera y acabase agarrándose al culo y con sabor a requemado, y otras pequeñas tareas que todo el mundo hacía con sumo gusto aquella noche.

No se paraba de cantar canciones populares mientras se hacía el chocolate, aunque en los últimos años (ya que la fiesta sigue celebrándose de una u otra manera) se ha incorporado algún cassette con música enlatada.

Hacia las cuatro de la madrugada ya estaba el chocolate hecho y se repartía en las tazas que cada cual había llevado, untando algún bizcocho o galleta, para acabar bailando y tomando alguna copa de moscatel hasta que empezaba a clarear y se recogían los trastos para ir a ver salir el sol y la rueda de Santa Catalina.

Siempre cantando, todas las cuadrillas se desplazaban a algún lugar alto para ver salir el sol cuanto antes mejor. Decían que ese día salía el sol con más color y que giraba de una manera especial porque formaba la denominada rueda de Santa Catalina. Se aprovechaban las alturas para observar hacia dónde se dirigían los hombres y los mozos a trabajar sus tierras, pues para esas fechas la mayor parte de los años ya se había empezado a segar o, de lo contrario, se encontraban arando y ese día estaba permitido trabajar hasta la hora de misa. Siempre cantando, todas las cuadrillas se desplazaban a algún lugar alto para ver salir el sol cuanto antes mejor. Decían que ese día salía el sol con más color y que giraba de una manera especial porque formaba la denominada rueda de Santa Catalina. Se aprovechaban las alturas para observar hacia dónde se dirigían los hombres y los mozos a trabajar sus tierras, pues para esas fechas la mayor parte de los años ya se había empezado a segar o, de lo contrario, se encontraban arando y ese día estaba permitido trabajar hasta la hora de misa.

Era costumbre que chicas y mozas estuvieran ojo avizor para ver si podían acercarse con sigilo y coger el talego en el que hombres y mozos llevaban el almuerzo (algún torrezno o un trozo de chorizo) y vaciar la fiambrera entre bromas de unos y otras. Aunque los más avispados escondían bien el taleguillo o las alforjas y no había modo de encontrarlo. En estas ocasiones, y mientras el trabajador estaba haciendo rabiar a mozas o chicas por su poco éxito en la búsqueda, alguna de ellas aprovechaba cualquier descuido para quitarle la lavija del arado o alguna herramienta para que no pudiera seguir trabajando, con lo cual era peor el remedio que la enfermedad. También se llevaba el perol en el que se había hecho el chocolate para, si se presentaba la ocasión propicia, coger un poco y pintar la cara a algún mozo.

 

trajes regionales (1995)

 

Con cara de sueño, pero más contentas que unas castañuelas, mozas y chicas se iban a su casa para aviarse e ir a misa. Algunos años sacaban los trajes antiguos y se vestían con sayas rojas y amarillas, mantones de manila y medias blancas caladas.

La tarde del día de San Juan se solía quedar para ir al castillo, pero, como las chicas habían pasado toda la noche sin dormir y cantando y correteando, resulta que no se despertaban a la hora indicada. Muchas veces se acostaban varias chicas en una misma casa y, llegada la hora, ya se encargaban los chicos de indagar dónde estaban  y las sacaban de la cama en paños menores o como estuvieran. Y así continuaba la juerga también durante la tarde y se hacía todo tipo de comentarios sobre las enramadas, porque al final siempre se sabía quién había puesto la enramada a tal o cual moza y resulta que a veces se descubrían noviazgos que todavía no eran de dominio público, o se enteraba todo el pueblo de que una pareja había roto porque en el balcón de la chica aparecía un cardo tobazo.


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