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Don Quijote en Alcozar o la rebelión de las mujeres

Sainete representado en agosto de 2005

 

DECORADO

Soportales medievales de la Plaza de Alcozar.

Primer acto: casa de don Quijote.

Segundo acto: campo y pueblo, con cepa y cestos de vendimiar.

 

ACTORES

Cervantes: Héctor García del Castillo

Don Quijote: Miguel García Arroyo

Sancho Panza: Juan Luis Santamaría Gutiérrez

Dulcinea: Vanessa Suárez Hernando

Teresa Panza: Mª Valle Moreno Alonso

Maritornes: Marivalle Puentedura Pastor

Ama de don Quijote: Magdalena Pastor de Blas

Sobrina de don Quijote: María Pastor Sánchez

Joven vendimiadora: Cristina Aponte Pastor

 

Guión y fotografía: Divina Aparicio de Andrés

Dirección: David Pastor Pastor

Selección musical: Ismael Pastor Pastor

Efectos especiales: Rebeca García Morales

Decorados: Emilio Aponte Cerrajero y Jesús del Amo Ramírez

Vestuario: Claudia Pastor Romero

Maquillaje y peluquería: Pili Alonso Pastor

 

PRESENTACIÓN DE LOS PERSONAJES

 

Aparece en el centro del escenario una mesa pequeña con un tintero  antiguo y una silla.

Entra Cervantes con un papel y una pluma de ave y se sienta simulando que escribe.

Van apareciendo los personajes por la puerta de los soportales para hacer su presentación, tras lo cual vuelven a salir del escenario, quedando únicamente Cervantes.

MÚSICA CASTELLANA DURANTE 30 SEGUNDOS

QUIJOTE —Yo soy don Quijote, para servirles. Unos me tienen por rematadamente loco y otros por escasamente cuerdo, pero... vuesas mercedes podrán juzgar por sí mismos.

DULCINEA —Soy Dulcinea, la princesa soñada por don Quijote, aunque tengo para mí que se equivoca de medio a medio, porque no soy más que una humilde labradora.

SANCHO —Yo soy Sancho Panza. Todos piensan que soy un poco torpe y un bendito, pero yo las mato callando; ya lo verán ustedes.

TERESA PANZA —Yo soy Teresa Panza, y... ¡Malhaya la hora en que matrimonié con Sancho!, que desde entonces me encuentro más pobre que las ratas.

AMA DE DON QUIJOTE —Yo soy el ama del turulato de don Quijote. Ni me acuerdo ya de los años que llevo aguantando sus locuras y quemando sus libros.

SOBRINA DE DON QUIJOTE —Yo soy la sobrina de don Quijote, por más señas soltera y sin compromiso. Y mucho me temo que, con este calavera de tío que tengo, poco veré de su menguada herencia.

MARITORNES —Yo soy Maritornes, criada de un mesón y chica para todo. Igual sirvo para un roto que para un descosido. Y...  como la Dolores de la copla, soy amiga de hacer favores.

JOVEN VENDIMIADORA —Yo soy una vendimiadora alcozareña y estoy aquí por exigencias del guión.

REBECA —Yo soy simplemente Rebeca García Morales. Ni siquiera estoy en el guión, sino escondida detrás de esos cestos de vendimiar. Mi misión consistirá en traer y llevar sillas y caballos y meter ruido. Así que unas veces me verán y otras sólo me escucharán.

DAVID —Yo soy David Pastor Pastor. Me ha tocado sustituir a algunos actores en los ensayos y dirigir este cotarro, y hoy, como Rebeca, apareceré y desapareceré según se tercie.

CERVANTES —Buenas tardes, damas y caballeros. Me llamo Miguel de Cervantes Saavedra, por mal nombre “El manco de Lepanto”. Nací en Alcalá de Henares en el año del Señor de 1547 y morí en Las Españas ahora va para cuatrocientos años. Mi vida fue azarosa, con más de un aquí me caigo y un aquí me levanto, algunas componendas y un continuo ir de la ceca a la meca; pero cada cual es hijo de sus obras, y me barrunto que las mías fueron buenas si han sido capaces de sobrevivir a las modas y a los tiempos. Ya que no dineros ni hacienda, os dejé en herencia novelas ejemplares, entremeses, versos y... sobre todo la historia de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, que ahora veo traducida a casi todos los idiomas del mundo. Tal vez no fui muy cuerdo, pero, como se suele decir: de poetas, filósofos y locos todos tenemos un poco. Os dejo con el cuento y con algunos de los personajes que mi imaginación creó.

 

 

 

 

MÚSICA CASTELLANA DURANTE 30 SEGUNDOS

Se retira Cervantes llevándose los papeles y la pluma.

Rebeca coloca la silla de Cervantes entre el segundo y tercer poste de los soportales de cara al público y después se esconde tras los cestos.

David retira la mesa y el tintero del escenario.

Entran en escena don Quijote (con gorro y camisa de dormir) y Sancho. Sancho lleva una silla y la coloca al lado de la que ha dejado Rebeca, y se sientan uno al lado del otro.

 

 

 ACTO I

(transcurre por la noche en casa de don Quijote)

 

DON QUIJOTE Sancho, amigo, la flor y nata de la caballería andante no se puede dormir en los laureles. Hace cuatrocientos años que estamos aquí, como pasmarotes, lamentándonos de lo que acontece en el mundo y sin mover un dedo por remediarlo. Ya va siendo hora de que cojamos de nuevo carretera y manta.

SANCHO —Mire, mi amo, que bien estábamos donde nos quedamos y mejor será no meneallo. Porque quien mal anda, mal acaba, y ya fuimos antaño por lana y salimos trasquilados. Y no digo más porque en boca cerrada no entran moscas y oveja que bala, bocado que pierde.

DON QUIJOTE —¡Siempre serás un mentecato y un mostrenco y deja de traer refranes a troche y moche vengan o no a cuento!

SANCHO —Pues tengo para mí que venir, vienen, aunque vuesa merced se piense que sigo siendo un necio. Zafio puedo ser, que eso no se lo pongo en duda, pero más sabe el tonto en su casa que el listo en la ajena, y yo en la mía me encuentro tan bonitamente. Así que si vuesa merced quiere volver a las andadas e irse de picos pardos por esos andurriales, váyase en buena hora, que yo me quedaré folgando con mi Teresa y viendo medrar a mi Sanchita. Porque mucho me guilo que los parabienes seguirían siendo para el amo y los manteos, pescozones y mandobles para su escudero.

Aparecen tres cabezas de mujer por la puerta de los soportales. Teresa Panza con una escoba; el Ama con gorro de dormir y una cachava, y la Sobrina con una palmatoria con su vela encendida. Teresa y el Ama llevarán escondida una soga cada una. Tratan de escuchar lo que hablan don Quijote y Sancho y bisbisean y gesticulan como si hablasen entre ellas.

DON QUIJOTE —Necesidad ha el mundo de caballeros andantes que desfagan entuertos y, con escudero o sin él, y hasta si me apuras sin Rocinante, me adentraré por caminos y senderos en busca de encantadores, gigantes y malandrines de mal talante y de peor ralea.

SANCHO —Ahora que los mienta, sólo le sé decir que haberlos, háylos; aunque bien podríamos agarrar otro atajo, que el de La Mancha ya lo tenemos muy trillado, vamos, digo yo.

Teresa, el Ama y la Sobrina se adentran un poco en el escenario.

TERESA —¡Ay, que mi Sancho se me pierde!, que ya sé que es un pan bendito y seguirá los pasos de su amo aunque sea al infierno. ¡Ay, de mí! que volveré a verme sin nadie que caliente mis inviernos y trajinando todo el santo día para tener un bocado que llevarme a la boca.

AMA —No pases pena, Teresa, que todo se andará y no nos faltarán ideas para retener en casa a estos dos mastuerzos. Si es menester, a garrotazo limpio les muelo yo las costillas para que paren quietos estos culos de mal asiento.

SOBRINA —Pues yo me pienso que sería más propio atarles los pies a la silla con unas buenas sogas y dejarles en ayunas una semana por lo poco.

TERESA —¡Que sesera la tuya! Yo creo que eso viene al caso que ni pintiparado. Pongamos manos a la obra.

Teresa y el Ama dejan lo que llevan en la mano y sacan cada una la soga que portan escondida. Las tres mujeres se mueven con sigilo hasta quedar detrás de las sillas donde están sentados don Quijote y Sancho. Teresa y el Ama les atan los pies, mientras la Sobrina sigue con la vela en la mano.

Bisbiseos de las tres mujeres.

DON QUIJOTE —¡Chitón, Sancho! que oigo bisbiseos!.

SANCHO —¡Visiones tenemos para dar y tomar! Pues ¿no atranqué bien la puerta tras de mí?; ¿no ve mi señor que estamos más solos que la una en esta casa de vuesa merced?. Pero sea como vos queréis y volvamos a los caminos, que más vale mal acuerdo que buen pleito.

DON QUIJOTE —Pues siendo que estamos solos, a lo que íbamos. Años ha que me ronda por la cabeza adentrarme en Soria, donde de seguro nos esperan nuevas y jugosas aventuras. ¡En pie, Sancho, y manos a las armas!

Don Quijote y Sancho hacen ademán de levantarse de las sillas y, al tener los pies atados, se tambalean y se vuelven a sentar.

Las tres mujeres cogen de nuevo sus pertrechos.

DON QUIJOTE —¡Voto a tal! que ya han llegado nuestras intenciones a oídos de mis enemigos y tratan de impedirnos que las pongamos en práctica.

SANCHO  —Pues a mí me huele a chamusquina. Y ni gigantones ni encantadores, que no hay diablo peor que las mujeres para salirse con la suya.

Teresa se coloca al lado de Sancho, el Ama al lado de don Quijote y la Sobrina detrás de las sillas en las que están sentados.

AMA  —¡Malhayan esos librotes que os han sorbido el seso y os lo han dejado güero y más seco que la suela de una alpargata!

TERESA —¡Ay, marido mío, que entodavía no se ha inventado el divorcio! ¿Qué comeremos yo y tus hijos si te vas de zascandil y nos dejas sin pensión alimenticia? ¿Con quién casará Sanchita si no tenemos donde caernos muertos?

SOBRINA —Serénate Teresa, que a estos les leo yo la cartilla en un santiamén. Y sepádes ambosdós que o nos vamos todos en buen amor y compañía a recorrer esos mundos de Dios, o de aquí no se menea ni el apuntador. Y que salga el sol por donde quiera.

AMA —¡Bien dicho, así se habla! ¡No dejaremos que nos tengan en menos; igualdad para la mujer!.

RESTO DE LAS MUJERES QUE ESTÁN ESPERANDO PARA SALIR A ESCENA Y REBECA — ¡Igualdad para la mujer!

Teresa y el Ama desatan las cuerdas con las que ataron a don Quijote y Sancho y dan un paso atrás para quedar a la altura de la Sobrina.

Salen a escena Dulcinea con una corona en la cabeza y Maritornes con un paño de cocina que sujeta con una de sus manos que pondrá en jarras. La primera se coloca frente a don Quijote un poco ladeada para que el público vea su perfil; lo mismo hace Maritornes al lado Sancho Panza.

DULCINEA —¡Estoy hasta la coronilla de la tal Dulcinea del Toboso!. Mujer de carne y hueso quisiera ser y lo seré. Y a Soria me iré con toda esta caterva de gente, que harta estoy de doblar la bisagra de sol a sol. ¡Y total para nada! Porque ora soy princesa (tira la corona a don Quijote, quien se cubre el rostro con el brazo para esquivar el golpe) ora zarrapastrosa campesina.

MARITORNES —¡Rediez, pues por mis muertos que no me quedo sola! Si a Soria vais, a Soria voy. Y aquí quede la venta y el ventero, que mucha mujer soy para andarme con remilgos.

DULCINEA Y MARITORNES A CORO —¡Viva la igualdad, abajo el machismo; todos pa’ Soria!

RESTO DE LAS MUJERES Y REBECA: —¡Todos pa’ Soria!.

MÚSICA CASTELLANA DURANTE UN MINUTO

Salen todos del escenario.

Sancho retirará su silla.

David colocará la mesa y el tintero de Cervantes en el centro del escenario.

Rebeca saldrá de detrás de los cestos y colocará la silla de Cervantes, volviendo después a su lugar.

Entra Cervantes con los papeles y la pluma.

 

ACTO II

(se desarrolla por caminos y el pueblo)

 

Se sienta Cervantes y comienza a escribir de nuevo con la pluma de ave mientras lee.

CERVANTES Apenas se había secado la tinta de mi primera edición de El Quijote, cuando se dio a la imprenta otra obra, no salida ésta de mi mano ni de mi imaginación, que con el tiempo vino en llamarse El Quijote Apócrifo, conocido también como El Quijote de Avellaneda. Burdo plagio fue éste, que pocos leyeron y pasó por la historia de la literatura hispana sin pena ni gloria. Desde entonces no han dejado de imitarme con mejor o peor tino, mas... nadie lo consiguió. Cuatro siglos ha que giro por el mundo; los más me ensalzan y los menos me denigran, pero todos me leen, y en diversas lenguas, aunque sólo sea por obligación impuesta en colegios y otros centros de enseñanza. Bien me está que así sea, porque un puñado dellos se arregosta y vuelve una y otra vez a pasar sus ojos por mis líneas; unos las entienden, otros... más o menos. Sólo me entristece mi futuro. De seguro que El Quijote seguirá siendo una obra de la literatura universal por sécula seculórum, pero los jóvenes tienen que recurrir al diccionario sin cesar para conocer el significado de mis vocablos y expresiones. Y los muchos refranes que suelta Sancho a mansalva han caído en desuso; casi nadie los recuerda; sólo en unos pocos pueblos de la Meseta Castellana puedes oír hoy en día una porción dellos, razón por la que con gusto tomaremos el camino de Soria.

Cervantes abandona el escenario llevándose los papeles y la pluma.

MÚSICA (CAMINO SORIA) DURANTE UN MINUTO

Don Quijote cambiará su atuendos de dormir por sus pertrechos.

El Ama cambiará el gorro de dormir por un pañuelo negro atado a la cabeza.

Mientras suena la música, aparecen todos los personajes, excepto Cervantes, cada uno con una silla antigua que llevará atada una cabeza de caballo de cartón al respaldo.

Se van sentando en las sillas, el primero Don Quijote; detrás, y por este orden: Dulcinea, Ama, Sobrina, Maritornes, Teresa (con una manta de campo que colocará atravesada sobre el lomo de su caballería, y, por último, Sancho con las alforjas al hombro.

Los hombres se sentarán a horcajadas y las mujeres a mujeriegas.

DON QUIJOTE  —Sábete, Sancho, que el diablo y las mujeres todo lo añascan, y nunca leí yo en libro alguno que anduvieran en compaña de caballeros andantes; que ellas bien se hubieran de estar en casa y con la pata quebrada.

RUIDO DE CABALLERÍAS.

 

 

 

SANCHO Dice bien vuesa merced, mas tengo para mí que hasta habremos de ceder y no porfiar cuando digan: ahora por aquí, ahora hacia acullá y nos metan por entre rastrojos y breñales. Y hasta las mismísimas ortigas aguantaría yo por no ver atufada a mi Teresa, que gasta malas pulgas y peores alpargatas.

TERESA ¡Calla, sandío, y déjate de monsergas! Y a lo que vamos. Que digo yo que habremos de saber por qué parte entramos en esta desconocida provincia de Soria.

MARITORNES —Yo tengo oído a algún arriero de los que paran en la venta que, por los contornos de Langa y San Esteban de Gormaz hay muchos castillos, donde a buen seguro encontraremos alguna aventura para que don Quijote siga con sus locuras.

DON QUIJOTE —¿Loco yo, alma de cántaro?. Pero... cose tu boca, que ya diviso un castillo allá en lo alto.

SANCHO —¡Téngase, mi amo! Que ya Rocinante (RELINCHOS) no está para estos trotes y lo más que puede acontecer es que vuesa merced y el rocín se arreen un guarrazo si tenemos que pasar por estos riscos que no sé cómo diantres se llamarán.

DON QUIJOTE —Sancho, no dejarás nunca de ser un mostrenco, y eso que desde que andas conmigo a veces semejas hasta ser letrado. Esos riscos que se divisan ahí adelante no son ni más ni menos que lo que llaman el Portillo de Langa. Ahí mismo veo una como a modo de cueva que con seguridad no será otra que la de Montesinos.

SANCHO —¡Que Montesinos ni Montesanas!, eso no son sino pedruscotes que bien nos pudieran caer en la mollera si no andamos con tiento.

Don Quijote pega un lanzazo al aire y caen al suelo él y la silla que hace las veces de Rocinante. Sancho se apea de su caballo y, con paso lento y por delante de los demás caballos, se dirige a socorre a su señor.

DON QUIJOTE —Dame, Sancho, un poco del ungüento que llevas en las alforjas porque alivie al menos el molimiento de mis huesos.

AMA —¡Maldecío, mastuerzo, ya os daré yo pócimas y boticas! ¡A garrotazo limpio escalabraré vuestra mollera si no ahuecáis del suelo ahora mesmo!

DON QUIJOTE (agarrándose al brazo de Sancho y levantándose del suelo para volver a montar en su cabalgadura) —Estos encantadores malandrines ya me han gastado una mala pasada. Porque os juro, Sancho, que ahí mesmo estaba la entrada a la cueva de Montesinos.

SANCHO —Yo ansí lo creo, pero ni es oro todo lo que reluce ni todo el monte es orégano. Y bien cierto viene a ser que las apariencias engañan. (sacando la bota de la alforjas) Y échese vuesa merced un trago, que con pan y vino se anda el camino.

Sancho cruza el escenario y vuelve a montar en su caballo.

DON QUIJOTE —En llegando a Alcozar descansaréis de vuestras fatigas. Que castillo tiene en el que a buen seguro sus castellanos nos agasajarán a cuerpo de rey, tal y como la flor y nata de la caballería andante se merece.

SANCHO —Mire, mi amo, que estamos en el año del Señor de 2005 y ya los castillos andan más quebrados que el Cristo de Berzosa y cubiertos de zarzas y de ortigas. Ansí que, dejemos para mejor ocasión la visita a esos castillos que vuesa merced imagina, y prosigamos el camino que, si no hay tropiezo, podremos llegar a Alcozar a media tarde.

MARITORNES —Allá en lo alto se divisa ya el castillo de Alcozar; buen lugar para que nuestro caballero pida posada si no es, como dice Sancho, que en estos tiempos se halle ya malhadado y cuajado de morralla. Y aunque ansí sea, nadie nos impedirá echar algo al coleto, que yo ya tengo más hambre que el perro de un gitano.

DON QUIJOTE —Menos apriesa, que antes de llegarnos a Alcozar, he de pasar por Piedra Sillada y entablar batalla con el moro Almanzor.

TERESA —Yo no me quiero meter, y no soy muy leída; pero cuando niña me contaba mi agüela que ese tal moro murió hace una porción de años. Eso ya son cuentos de abuelorios.

DON QUIJOTE —Errada váis, Teresa, y todos cuantos nieguen que el Caballero de la Triste Figura no es capaz de batirse con Almanzor, cuya ánima vaga errante por estas tierras para azote de doncellas y hombre honrados. Pero, vayamos con tiento, que ya veo su barba y su turbante y he de darle el escarmiento que merece.

JERGA ÁRABE DESDE FUERA DEL ESCENARIO CON VOZ MASCULINA DE ULTRATUMBA: Alá, jalamají, jalamajá, abdalí, Alá.

SANCHO —¡Aguarde, mi señor! Que eso que se divisa al trasponer esos riscos no es sino pedruscote de más de siete mil arrobas.

Don Quijote coloca la lanza en ristre y arremete contra el  poste de los soportales más cercano, cayendo junto con su caballero.

RUIDO DE LATAS DESDE DETRÁS DE LOS CESTOS DE VENDIMIAR SIMULANDO EL CHOQUE DEL YELMO Y ESCUDO AL CAER AL SUELO.

AMA —¡Ya Volvemos a las andadas!. ¿No se cansará, mi amo, de recibir estacazos a troche y moche?

SOBRINA —Ni tan siquiera la muerte le volverá a poner la cabeza sobre los hombros.

DON QUIJOTE —¡Menos charrameca y alzadme! que no puedo ni aun menear un dedo.

Sólo desciende de su cabalgadura Sancho y con esfuerzo consigue poner a Don Quijote en pie. Las mujeres ni se inmutan.

Sancho acompaña a Don Quijote hasta su caballo y vuelve al suyo.

DON QUIJOTE —¿Viste, buen Sancho, la inquina y ojeriza que nos tienen estas malas mujeres? Ni una se movió para ayudar a quien paga el pan que comen.

DULCINEA —¿Y eso os asombra? ¿Pues no veis princesas donde sólo hay campesinas? ¿Y no pasamos en ayunas la mayor parte del tiempo?

DON QUIJOTE —Aquí tenéis la prueba de otro encantamiento. ¿Viste, amigo Sancho, por dónde huyeron esos malandrines llevándose consigo a la sin par Dulcinea del Toboso?

Entra en escena la vendimiadora, se coloca junto a la cepa imitando que coge racimos de uvas y los echa en el cunacho.

DULCINEA —Aquí mesmo me tiene, que no pienso yo coger las de Villadiego antes de haberme zampado una buena merienda, que ya me gruñen las tripas por el hambre y no me privará esta noche de una buena cena ni el más pintado.

DON QUIJOTE —¡Ay de mí! ¡Que tengan que ver mis ojos mortales cómo me roban a mi princesa y aluego la vuelven fea, astrosa y malhablada.

SANCHO —Aunque la mona se vista de seda, mona es y mona se queda.

DULCINEA —La suerte de la fea, la guapa la desea; honra merece quien a los suyos se parece; y más me quisiera yo ser bisoja y cojitranca que melindrosa princesa. Y al trasponer ese altillo diviso yo ya el pueblo.

AMA —Y díganos, mi amo, ¿adónde vamos a dirigir ahora nuestros pasos?

SOBRINA —Eso me gustaría saber; qué camino o atajo tomaremos para llegarnos a Alcozar antes del anochecido, porque allí pienso dormir a pierna suelta tanto si sí como si no. Y, como me barrunto que andan vendimiando, malo será si algún alma caritativa no nos regala cuando menos un cunacho de uvas.

MARITORNES —Con castillo o sin él, a mi me importa un pimiento, que yo también me conformaría con unos cuantos racimos de uvas de esos que se ven por ahí (apuntando con el dedo a la vendimiadora) y un buen zaragüello de pan.

VENDIMIADORA —¡Coña de garillo!, que no corta ni siquiera un racimo y se me ha llevado una tajada del dedo gordo. Menos mal que mujer prevenida vale por dos (saca una venda y se la enrolla sobre la supuesta herida).

SANCHO (gritando a la vendimiadora) —¡Hola, hola, buena moza! ¿Falta mucho trecho para llegar al pueblo?

VENDIMIADORA —Ahí mismo lo tienen. Agarren por este camino, que no tiene pierde.

SANCHO —Buena uva tienen por esta tierra, aunque yo la prefiera ya hecha vino. ¡Hagamos un trato, buena moza!: tú pones las uvas y nosotros lo que yo llevo en mis alforjas y merendemos de junto, que en hablando de mujeres, y al contrario de lo que le acontece a mi amo, cuantas más... mejor.

VENDIMIADORA —Trato hecho y no se hable más.

La vendimiadora se coloca detrás de Sancho con el cunacho en la cintura.

MÚSICA DE LAS SUPREMAS DE MÓSTOLES: “ERES UN ENFERMO DEL CIBERSEXO” A BAJO VOLUMEN HASTA QUE COMIENCEN A BAILAR. DESPUÉS ELEVAR EL VOLUMEN.

MARITORNES —Baldada y todo como me hallo, no sería yo Maritornes si no bailase un poco de esta música que vos mesmo podéis oír si paráis bien el oído.

VENDIMIADORA (caminando y poniéndose al lado de Maritornes) — Pues ya es raro que se oiga música, porque aún faltan unos días para la fiesta y no creo que hayan venido ya los Pichilines.

Descienden las mujeres de sus cabalgaduras, retiran las sillas hacia la pared y arrastran consigo a Don Quijote y a Sancho. Bailan durante un minuto.

SANCHO (forcejeando con las mujeres que quieren que baile)  —No bailaré yo al son del pandero ansí me maten, que no está mi cuerpo para voltiquetas y cabriolas.

TERESA  —¡Tú a callar, marido mío! que a mí también se me van los pies tras esa música.

AMA —No había bailado yo desde que era moza.

 

 

SANCHO —Ya que estamos aquí, no sería mala cosa que aprovecháramos para sentarnos y darle al diente, que este bailecito me ha abierto el apetito.

Extienden en el centro del escenario la manta que lleva Teresa, se sientan todos (excepto don Quijote)  y Sancho saca todo lo que lleva en las alforjas.

Comienzan a comer, beber y reír.

Don quijote permanece de pie, andando inquieto de un lado al otro del escenario y mirando al cielo.

SANCHO —Alárgame esa bota, Teresa, que el comer y el arrascar todo es empezar; y a quien has de dar de cenar, no le endures el almorzar.

AMA —¡Bien dicho, Sancho, que corra esa bota!

TODAS —¡Que corra la bota, que corra la bota!

Sale Don quijote del escenario.

Los que están sentados en el suelo empiezan a estar borrachos y cantan, animando al público a que se les una:

Vale más la buena unión

que tenemos los sorianos,

que, en teniendo una peseta,

en vino nos la gastamos.

En vino nos la gastamos,

en vino nos la gastamos.

Vale más la buena unión

que tenemos los sorianos.

Aparece Don Quijote en el escenario y se dirige hacia los que están sentados.

DON QUIJOTE —¡Válame el cielo! ¡Todos aquí calamocanos mientras yo me enfrento solo a dragones y endriagos!

SANCHO —¡Imaginaciones de vuesa merced! Que aquí no paran sino campesinos y lo más que podréis traspasar con vuestra lanza o vuestra espada será algún erizo o escuerzo.

SOBRINA —¡Dejaos de monsergas, tío! y sentaos con nosotros a comer y beber, que mucho me barrunto que tardaremos tiempo en vernos en otra como ésta y al buen comer llaman Sancho.

Se sienta Don Quijote, hace ademán de comer un poco y cae al suelo dormido.

Los demás también se duermen.

 

 

DON QUIJOTE —¡Sancho, Sancho, despertad! que rato ha que los gallos (CANTO DE GALLOS) cantan y habríamos de estar de camino de nuevo.

SANCHO —-No por mucho madrugar, amanece más temprano.

TERESA —Cuando amanece Dios, amanece para todos.

AMA —A quien madruga, Dios le ayuda.

SOBRINA —El que se levanta tarde, ni oye misa ni come carne.

MARITORNES —Pero no es lo mismo predicar que dar trigo. Y además por estos andurriales ni tan siquiera hay ínsulas Baratarias para que Sancho llegue a ser gobernador.

DULCINEA —¡Ya tenemos otra de los mismo! Y para estos viajes no necesitamos alforjas.

Se levantan todos del suelo desperezándose y vuelven a sus cabalgaduras.

La vendimiadora mira adormilada de un lado para otro hasta enfocar su vista sobre la cepa.

VENDIMIADORA (corriendo hacia la cepa) —Si no llego al majuelo la primera, mi padre me va a dar una somanta de palos que me voy a alcordar hasta del día que nací. ¡Y menos mal si no se entera de que no he dormido en casa, porque si no...!

La vendimiadora simulara estar vendimiando hasta el final de la obra.

El resto vuelve a montar en su caballería, en el mismo orden que traían.

DON QUIJOTE —Nunca debimos dejar, amigo Sancho, que mujer alguna nos acompañara en nuestras andanzas.

SANCHO —Pues sepa vuesa merced que yo bien a gusto me encuentro en teniendo donde agarrarme y no cambio a mi Teresa ni por princesas ni por reinas. Y aunque bien dice el refrán que lo que el hombre dispone, la mujer lo descompone, también me sé yo otro dicho que dice que agua que no has de beber, déjala correr. Así que confórmome  con lo que tengo y con que mi Teresa me caliente los pies (pellizca en el culo a Teresa y ésta le da un sonoro manotazo).

DON QUIJOTE —Cojamos ese atajo y tiremos en derenchura hasta llegar a San Esteban antes de que caiga un sol de justicia que agote nuestras ya de por sí menguadas fuerzas. Que bien quisiera yo hacer alguna hazaña por estas tierras del Cid, que como sabédes fue el más grande héroe que jamás tuvieran Las Españas.

SANCHO —Mire bien mi amo lo que se hace, que suele ver gigantes donde sólo hay molinos, princesas donde campesinas, legiones de bandidos donde sólo ovejas y murecos...

BALIDOS DE OVEJA

DON QUIJOTE —¿Cómo te meteré en la mollera, amigo Sancho, que eso que tú crees ver no es sino industria de mis enemigos?

SANCHO —A otro perro con ese hueso, que yo sé lo que me digo.

DON QUIJOTE —Frena tu charraneca, Sancho. ¿No oyes entrechocar de armas, ayes y alaridos?

ALARIDOS Y RUIDO DE ESPADAS

DULCINEA —Lo único que llega a mis oídos son los ruidos que hacen al pasar esos endemoniados chismes que dicen que se llaman coches.

RUIDO DE COCHES

MARITORNES —Y a los míos el de un aeroplano que vuela por sobre nuestras cabezas.

Don Quijote cabalga en su silla hasta el centro del escenario y cae al suelo. Esgrime su lanza mirando al techo.

RUIDO DE LATAS TRAS LOS CESTOS DE VENDIMIAR.

DON QUIJOTE —¡Non fuyades, malandrines! Que rebanaros he el gaznate con mi espada porque sepáis de mi fuerte brazo y que yo, el Caballero de la Triste Figura, ni me arredro ni me rindo.

AMA —¡Ay, mi señor, que ya sois muerto!

SOBRINA —Así os halláis por vuestra mala cabeza.

MARITORNES —Quien mal anda, mal acaba.

DULCINEA —Descanse en paz.

TERESA —Amén.

SANCHO —¡No se muera vuesa merced agora! que bien ha de cumplir lo que me tiene prometido de darme una ínsula o a lo menos un condado antes de irse a criar malvas.

DON QUIJOTE —No pases penas, Sancho, que aún no me morí y tendrás lo que como fiel escudero bien mereces. Prepara unas parihuelas y mira de llevarme hasta El Burgo de Osma porque algún cirujano restañe mis heridas, que ya son muchas y nuestro ungüento de poco servirá.

Don Quijote yace en el suelo. El resto desciende de sus caballos y se coloca alrededor de don Quijote, pero sin taparle ni a él ni a Sancho.

DON QUIJOTE —Acercaos, buen Sancho, e hincaos ante mí, que quiero haceros saber mis últimas voluntades antes de que sea demasiado tarde.  Llegarás a El Burgo de Osma, que a un corto trecho se halla en este mesmo camino, y presentarás en el obispado el escrito que hallarás en mi bolsillo. De seguro que, en habiéndolo leído, si no obispo, te nombrarán canónigo. Y a mí que me entierren en la catedral para mayor honra y gloria de la caballería andante.

SANCHO —¿Y qué será en tal caso de mis hijos y de Teresa, mi mujer?. Más me cuadrara a mí que en vuestras mandas me dejaseis unas cuantas fanegas de tierra de sembradura.

DON QUIJOTE —¡Deja de porfiar, que yo me muero! Eso son cosas tuyas, Sancho, pues la avaricia rompe el saco y a quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga. Compóntelas como puedas con todas estas mujeres.

Don Quijote inclina la cabeza y muere.

Todos rodean a don Quijote para que pueda ponerse en cuclillas y, tapado por la manta, sale del escenario con todos los demás actores sin ser visto por el público.

Vuelven todos a recoger sus caballos excepto don Quijote.

David coloca en el centro del escenario la mesa y el tintero (un poco más atrás que las veces anteriores).

Rebeca coloca la silla de Cervantes.

Aparece Cervantes, se sienta ante su mesa y comienza a escribir.

CERVANTES —Ya les adelanté, damas y caballeros, chicos y chacos, que en cuatrocientos años no han cesado de salirme imitadores. Este sainete que acabáis de ver representado da buena cuenta de ello. Ahora me sacan de La Mancha y me colocan en Soria, luego me harán aparecer en La Coruña o en Teruel; en Navarra o en Granada, pero nadie conseguirá acercarse ni de lejos a mi ingenio y mi talento. Y en el año 2105 se seguirán leyendo mis obras, continuaré siendo objeto de polémicas, pasto de tesis doctorales, pero ya para entonces nadie entenderá una palabra de las por mi escritas, porque los pueblos y las gentes que las utilizaron en su lenguaje cotidiano ha tiempo que emigraron a las grandes ciudades y olvidaron el significado de mis vocablos, refranes y expresiones.

Y aquí se acaba este improvisado sainete.

 

 

Salen todos los actores (incluidos Rebeca y David) a saludar. Cervantes en el centro.

A continuación, todo se retiran hacia atrás, excepto Cervantes.

Cervantes irá nombrando al resto de las personas que han intervenido en el montaje, quienes irán entrando en el escenario y colocándose a ambos lados de Cervantes para saludar al público, junto con los actores,  por segunda vez.

 

 

NOTA: Puedes encontrar más fotografías de esta representación en:

http://www.alcozar.net/fotoactual/nieves1.htm

http://www.alcozar.net/fotoactual/anamc1.htm